Entradas

¿Gamer = Adicción?

Buscando algo de información por internet, descubrí que la adicción a los videojuegos no es considerada un desorden mental, como otras adicciones.  Bueno, lo acepto.  Pero, cuando vives con una persona que pasa diez horas al día pegada en el computador jugando online, empiezas a cuestionar un poco el término "desorden mental", porque ¿cómo es posible que esta obsesión por los juegos online no se considere un problema?. Por otro lado, me cuestiono un poco a mi misma, no me gustaría aceptar que convivo con un adicto. Hay que reconocer, y mucha gente me lo ha dicho, que es la mejor de las adicciones. Estas personas no salen, por lo tanto no andan por ahí buscando "diversión" de otro tipo. Siempre podría ser peor. Se dice que los adictos a los videojuegos son, en su mayoría, niños y jóvenes. En mi caso, un hombre de 39 años, que posiblemente no está incluido en las estadísticas. ¿Qué significa vivir con un "gamer"? (Como a ellos les gusta

Cansada

Siempre he intentado no escribir cuando tengo rabia o pena, pero creo que eso solo me juega en contra y dejo pasar situaciones que no debería olvidar y mucho menos guardar en secreto. Hace una hora atrás, aproximadamente, quise ir al baño y le pedí a mi pareja que cuide a nuestro hijo para poder ir tranquila, pero no me escuchó y solo gritaba el nombre de nuestro bebé para que dejara de gatear hasta la puerta del baño. Al final lo tomé en brazos y dije " tú papá, hijo, es terrible"; porque no estaba a más de dos metros sentado en el sillón jugando con el celular. En ese mismo momento se paró y enojado tomó a nuestro hijo y dijo "qué quiere este cabro huevón", lo movió fuerte y lo sentó demasiado brusco en el sillón junto a él, no quiero decir que lo tiró porque no lo dejó caer en él, pero se puso a llorar desconsolado. Entonces, no sé si fue un error o no, ya no sé qué pensar, pero le dije que si lo iba a cuidar un rato tenía que dejar el celular de lado. Él

Parto. (segunda parte)

Jamás en la vida había llorado y gritado tanto. Siempre dicen que al gritar interrumpes la contracción o es más complicado, que hay que respirar igual que en las películas. Pero, es difícil no expresar lo que sientes en un momento así. Solo he visto llorar a mi pareja en dos ocasiones, y esa noche fue una de ellas. No recuerdo cuantas veces me pidió perdón por hacerme pasar por tanto dolor, él no sabía qué hacer, nadie ayudaba. Lo único que recibíamos como respuesta era “deje de gritar, si no es para tanto”. En ese momento me di cuenta que, tal vez, al ver a mujeres en ese estado todos los días, las personas que trabajan en ello pierden la empatía y aunque la mayoría son mujeres y seguramente varias tuvieron hijos, nadie parece recordar lo que significa estar ahí. O posiblemente, con ellas fueron muy crueles en el proceso y yo no estaba sufriendo tanto, desde su punto de vista. En una de las tantas “revisiones” que tuve durante esa noche, le pidieron a mi pareja dejar la sala

SAAF

Tengo SAAF (Síndrome de Anticuerpos Antifosfolípidos). ¿Cómo lo sé? ... una muy larga historia.       Hace ya varios años, mucho antes de dejar mi ciudad natal para instalarme en Santiago, comencé con dolores, según yo, "de estómago". Estos dolores eran leves al principio, pero poco a poco aumentaron en intensidad y me pasé casi dos años años abrazada a la taza del baño vomitando. Nunca fui al médico. Un par de años después, llevaba casi cinco meses en Santiago, había obtenido y perdido mi primer trabajo y estaba feliz porque no me gustaba el lugar, ni el jefe, y salí con una amiga, también sureña, que llevaba más tiempo en la ciudad. Fuimos a tomar algo y a picar, para celebrar mi liberación. Al día siguiente desperté con dolor abdominal, no me podía mover y la molestia parecía ir en aumento. Traté de resistir como siempre, pero no era posible. Finalmente, fui al médico y me inyectó dos dosis de viadil. Estuve más de una hora llorando de dolor y no me hizo efecto. M

Soy Gorda.

Sí, lo soy. O por lo menos es eso lo que me ha hecho creer la sociedad desde que tengo memoria. Mido 158 cm. y peso, por lo general, entre 60 y 69 kilos. Subo y bajo, como todo el mundo, pero nunca he pesado menos de 60. Excepto una vez, pero lo explicaré más adelante. La primera vez que mi sobrepeso se hizo real, para mí, fue a los 12 años. Recuerdo que mi profesora de octavo básico tuvo la genial idea de hacer una lista de alumnos con su peso y talla. Tuve que pesarme el día anterior y llevar mis datos al colegio. Cuando llegamos a clases, la profesora comenzó a pasar lista y a preguntar en voz alta los datos que había solicitado, yo estaba en la letra “ O”, por lo que tardó un poco en llegar a mi nombre. A esas alturas sólo había escuchado números entre 45 y 55, entonces me asusté y cuando ella preguntó por mi peso y estatura le respondí ―155 cm. y 58 kilos. Era mentira, yo pesaba 62, pero un año atrás había pesado eso y me pareció correcto. Sin embargo, me equivoque. La

Parto. (primera parte)

     Hace no muchos días leí un artículo en una revista muy prestigiosa de mi país, en la que se hablaba sobre las maravillas del área de maternidad en el hospital donde tuve a mi hijo hace nueve meses.      El artículo hablaba sobre salas especializadas, con jacuzzi, con una matrona designada para masajearte los pies y darte lo que sea que necesitaras. Se recalcó que era una madre extranjera y que tenía Fonasa. Además se alababa el hecho de que dicho hospital tenía un alto porcentaje de partos normales.      Yo estuve hospitalizada 3 veces antes de tener a mi hijo, básicamente porque tengo un síndrome auto-inmune que podía traer problemas y adelantar el parto, cosa que no sucedió. No puedo decir que la atención fue mala esas veces que tuve que quedarme ahí, las personas que me atendieron se portaron bien y en su mayoría fueron amables. En total estuve casi un mes, y vi pasar a muchas embarazadas, desde niñas de dieciocho años hasta señoras de cuarenta y tantos. Estaba en una pi

Silencio

Imagen
Tenía doce o trece años, cuando viajé con mi familia a ver a mi abuela materna. No era la primera vez, íbamos todos los años unas tres veces. Pero, esta vez fue diferente, porque cuando algo así pasa no se olvida tan fácilmente, no a esa edad, supongo. Siempre fui inocente, infantil. Jugaba a las muñecas aun cuando estaba en el liceo y todas mis compañeras pololeaban o ya habían besado a alguien. No recuerdo mucho lo que acontecía en general, pero recuerdo el hecho en sí. Mi mamá me mandó a buscar una toalla a la pieza que siempre usábamos en la casa de la abuela. Las piezas en ese tiempo no tenían puertas, sólo cortinas que las separaban unas de otras. Hice lo que me pidió y cuando atravesé la tela que colgaba del techo lo encontré frente a mí, vestido solo con su ropa interior y mirándome fijo. Yo quise pasar de largo y bajar al primer piso, pero me freno. Me tomó en brazos y me olió el cuello, sus manos recorrieron mi espalda y todo lo que pudieron en ese breve momento. Es