Soy Gorda.

Sí, lo soy. O por lo menos es eso lo que me ha hecho creer la sociedad desde que tengo memoria. Mido 158 cm. y peso, por lo general, entre 60 y 69 kilos. Subo y bajo, como todo el mundo, pero nunca he pesado menos de 60. Excepto una vez, pero lo explicaré más adelante.

La primera vez que mi sobrepeso se hizo real, para mí, fue a los 12 años. Recuerdo que mi profesora de octavo básico tuvo la genial idea de hacer una lista de alumnos con su peso y talla. Tuve que pesarme el día anterior y llevar mis datos al colegio.

Cuando llegamos a clases, la profesora comenzó a pasar lista y a preguntar en voz alta los datos que había solicitado, yo estaba en la letra “O”, por lo que tardó un poco en llegar a mi nombre. A esas alturas sólo había escuchado números entre 45 y 55, entonces me asusté y cuando ella preguntó por mi peso y estatura le respondí ―155 cm. y 58 kilos. Era mentira, yo pesaba 62, pero un año atrás había pesado eso y me pareció correcto. Sin embargo, me equivoque. La profesora levantó la cabeza, me miró y dijo ―¿58?, no puede ser, yo peso eso. ¿Estás segura? ―Todos mis compañeros se voltearon a mirar y entonces sumaron “gorda” a su lista de insultos.

Me tomó mucho tiempo entender que ser gorda no está en el peso (crecí unos centímetros en el liceo, pero nunca bajé los kilos de más), sino que va más allá de un número.

Cuando entré al liceo, comencé a probar diferentes tipos de actividad física, además de las clases de gimnasia obligatorias, pero nada me gustaba. Intenté aeróbica, y fue los más aburrido que pude hacer. Luego intenté básquetbol, voleibol, hándbol, fútbol, y cuando estaba lista para rendirme con el deporte, encontré el Kung Fu. Me di cuenta que yo odiaba el deporte porque no había encontrado algo que realmente me llenara, y esto lo consiguió. Hasta el día de hoy sigo odiando trotar, pero lo hago porque sé que después viene lo divertido. Me motiva.

Unos años después dejé mi ciudad natal para instalarme en la capital y me encontré con las Artes Marciales Mixtas (MMA), un deporte violento y poco común. Fue ahí cuando me di cuenta, con datos y ejemplos, de que el peso ideal es diferente para cada cuerpo. Mientras entrenaba llegué a pesar 58 kilos, mi número mágico. Estaba feliz. Compraba la ropa que quería, la talla que quería, podía probarme todo sin sentirme deprimida, pero estaba mal. Mi entrenadora, en esa época, me dijo que debía subir de peso, porque había perdido masa muscular y ganado grasa. Entonces entendí que, de acuerdo a mi contextura, mi peso ideal para verme bien y sana es 62 kilos.


Hoy peso 69 kilos, 7 de sobrepeso, según mi estándar. Y sí, nunca me he sentido delgada, mucho menos flaca. Me miro al espejo y me veo gorda, pero siempre me he visto así, independiente de los kilos y si hago o no ejercicio. Solo cuando tomo las fotos de años atrás, me doy cuenta de que sí, estaba delgada y me veía bien. Y me arrepiento de no haber disfrutado la vida como debía, por sentirme gorda, a pesar de no serlo.

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