Parto. (segunda parte)
Jamás en la
vida había llorado y gritado tanto. Siempre dicen que al gritar interrumpes la
contracción o es más complicado, que hay que respirar igual que en las
películas. Pero, es difícil no expresar lo que sientes en un momento así.
Solo he visto llorar
a mi pareja en dos ocasiones, y esa noche fue una de ellas. No recuerdo cuantas
veces me pidió perdón por hacerme pasar por tanto dolor, él no sabía qué hacer,
nadie ayudaba. Lo único que recibíamos como respuesta era “deje de gritar, si
no es para tanto”. En ese momento me di cuenta que, tal vez, al ver a mujeres
en ese estado todos los días, las personas que trabajan en ello pierden la
empatía y aunque la mayoría son mujeres y seguramente varias tuvieron hijos,
nadie parece recordar lo que significa estar ahí. O posiblemente, con ellas
fueron muy crueles en el proceso y yo no estaba sufriendo tanto, desde su punto
de vista.
En una de las
tantas “revisiones” que tuve durante esa noche, le pidieron a mi pareja dejar
la sala y, obviamente, vino otra desconocida a hacerme tacto, dijo que tenía
9cm. Ya estaba al borde del colapso, quería salir de ahí, que todo terminara. Cuando
se fueron las matronas, les pedía que llamaran a mi pareja y una nutricionista
que estaba muy sentada en el mesón de enfermeras conversando de un reality dijo
“que no lo llamen, va a empezar a gritonear de nuevo”. Me dio tanta rabia
escuchar eso, especialmente de otra mujer. Me sentí mal, sola. Esa fue la vez
que se demoró más en regresar y entonces pensé “sí, le hicieron caso a la
nutricionista”.
Estuve un par
de horas más con 9cm., solo faltaba uno y no avanzaba. En la última revisión me
hicieron acostar de lado, porque mi hijo se había movido de la posición y no
estaba centrado o algo así. Me tuvieron no sé cuánto tiempo más así, esperando
que se reubicara.
Yo solo podía
llorar, ya no resistía más tacto, más manos en lugares en los que apenas yo
misma hurgo. Entonces llegó una doctora, no por voluntad propia, sino porque mi
pareja salió a exigir que alguien fuera a verme. La doctora dijo que tendrían
que hacerme una cesárea si mi hijo no había logrado la posición y si yo no
había llegado a la dilatación adecuada. El problema con eso, es que debido al
SAAF, una cesárea en mi caso podría haber sido extremadamente peligrosa, pero
era la opción si no se daban las cosas. Ya eran como las 11 am., creo. Entonces hicieron
salir a mi pareja, de nuevo. La doctora quiso hacer tacto, pero el instinto me
hizo juntar las piernas y aunque quería dejarla hacer su trabajo, no podía. Al notar
que estaba luchando por liberarme, llegaron seis personas, entre matronas y
enfermeras, dos me sujetaron los brazos y cuatro abrieron mis piernas. La
doctora introdujo sus dedos e hizo unos movimientos extraños, mientras yo
forcejeaba y lloraba, y una enfermera intentaba distraerme con preguntas
tontas. Supongo, que ella solo quería ayudar, pero yo no me concentraba en lo
que decía, sino en lo que pasaba en mi parte inferior.
Luego de un
par de minutos supongo, para mí fue eterno, una de las mujeres que me sujetaban
gritó “¡parto!”. La doctora había movido a mi hijo y logró que tomara la
posición adecuada. Entonces tomaron mi camilla y me llevaron así, con las
piernas abierta por un pasillo lleno de personal del hospital, hombres y mujeres.
Yo sé que ellos están acostumbrados a ver mujeres en pre-parto, pero eso no
quiere decir que nosotras estemos acostumbradas a que un montón de desconocidos
nos vean en esas condiciones. Entramos en la sala de parto y tuve que cambiarme
de camilla sola, a pesar de que había gente podría haberme ayudado. Hice el
cambio en posición de Linda Blair bajando las escaleras en el Exorcista y me
acomodé como pude en la camilla de parto. ¿Incómodo? Sí, pero a esas alturas
solo quería que terminara.
Unos segundos
después entró mi pareja poniéndose la bata azul claro típica, y desde ahí fue
tal cual a las películas. Sin anestesia, pujé unas cuatro veces y mi bebé
nació. Lo pusieron sobre mi pecho y lloré de nuevo. De alivio, de felicidad, de
tranquilidad de que todo había terminado. Lo tuve unos treinta minutos conmigo,
hizo su primer pipí sobre mi pecho y lloró conmigo todo el tiempo. Luego se lo
llevaron para darle su primer baño.
Y bueno, nada
fue como lo decían en la revista. Pero, me alegro por esa mujer extranjera, que
cotiza en el Fondo Nacional de Salud, que tuvo una gran experiencia en el mismo
hospital que yo, en las mismas condiciones económicas que yo, pero aparentemente
con más suerte.
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